
Por Dora A. Ayora Talavera | @DoraAyora
Mi abuelo era esférico. Si Botero lo hubiera conocido se hubiera prendado de él. Su anatomía con 360° era perfecta. No era muy elegante; siempre usó pantalones que le quedaban cortos, amarrados con un cinturón que rodeaba perfectamente su enorme panza y que apenas lograba cerrarse en el último agujero. Nunca usó zapatos cerrados; sus gordos pies y dedos nunca lograron acomodarse a ellos. Siempre andaba con alpargatas de su propia autoría, hechas de suela de llanta de carro y amarradas con lazos de soga de henequén que pasaban por en medio de su dedo gordo y amarraba a su pantorrilla. Camisas, ni pensarlo. Vestía unas playeritas de ropa interior de manga corta, 100% algodón y sombrero de palma que sólo se quitaba para comer, bañarse y dormir.
Me atrevo a afirmar que esa condición esférica marcó su vida y por eso cultivaba desde las convencionales naranjas, toronjas y limones hasta frutas exóticas como nance, huaya y caimito. La circularidad de sus cosechas tal vez se asociada a su cabeza redonda y calva, a su panza enorme como un planeta y a su lunar café, abultado y escamoso. Creo que si hubiera cultivado plátanos y berenjenas también hubieran sido redondos.
Este estilo de vida se veía reflejado en todo lo que tenía. Por ejemplo, como medio de transporte tenía una bicicleta con dos gruesas y enormes ruedas, perfectas para soportar sus kilos y las distancias en el pueblo para ir a vender. También contaba con una carreta de ruedas pequeñas y metálicas que a su paso hacía cimbrar tímpanos y calles. No menos importante el triciclo, fuerte, sólido, para transportar huacales de frutas circulares y de vez en cuando a su también esférica esposa, que debido a su peso poco podía andar.
Su casa era oval, no exactamente como la del ala oeste en Washington; más bien la clásica casa maya de techo de paja y una sola pieza. Donde armoniosamente su sala y recámara ocupaban el mismo espacio. Por la noche su hamaca pendía de las paredes y por la mañana desaparecía para dar paso a la zona de estar.
Su afición a la redondez lo llevo a dedicarse, además de la agricultura, a la engorda de animales: gallinas, pavos y cerdos. Alimentados con salvado, salvadillo y resto de tortillas viejas —un manjar al paladar— sus gordos animales por convicción, con alegría y por armonía al entorno solían ganar rápidamente peso y forma. El premio a la circularidad era una especie de ritual de los Dioses: ser sacrificado para la venta.
Me atrevo a decir que mi abuelo esférico fue el modelo que Fernando Botero imaginó, pintó y esculpió. Cuán feliz sería este artista colombiano si supiera que su modelo vivió en tierras yucatecas —Oxkutzcab, el lugar de ramón, tabaco y miel para los mayas— y que por las noches, después de una larga jornada de trabajo, se posaba como una especie de estatua viviente a fumar un cigarro, sobándose la panza del boterismo encarnado.
Dora
Espero con ansia los Martes para leerte
Es un deleite visualizar tus descripciones tan vivas
Llenas de color
Que hasta casi las puedo olfatear y deleitar al paladar
Nos vemos pronto en la Península de Yucatán
!!
Un abrazo. Bien redondo a lo Botero
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Sara, desde hace semanas es inevitable pensar que me vas a leer y eso me llena de alegría. En unos días nos vemos en Isla Mujeres y nos daremos un buen tiempo para platicar.
¡Un abrazo!
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